Cuando estaba aprendiendo a manejar, apenas un mes después de empezar, tuve mi primer accidente. Iba por una calle estrecha y al ver unos niños jugar en medio del camino, me puse nerviosa. En lugar de frenar… aceleré. Terminé chocando con una escalera de hierro en una esquina. El vehículo quedó con serios daños, y la reparación fue bastante costosa.
Pero más allá del metal abollado y el bolsillo resentido, esa escena quedó grabada en mí como una metáfora de la vida. Siempre bromeo diciendo: “Soy una experta… en choques (jajaja). Pero la verdad es que aquella vez me dejó una lección que va mucho más allá de cualquier volante: la importancia de frenar a tiempo, de hacerlo con intención, con conciencia.
Porque los frenos no solo están para evitar accidentes, están para recordarnos que detenerse también es parte del camino. Y así lo entendí para la vida: aprender a frenar también es aprender a vivir.
Creo firmemente que en la vida existen frenos que son absolutamente para poder vivir en verdadera libertad. Frenar no siempre es detenerse. A veces, es la única forma de no perder el rumbo.
Y esos frenos en la vida comienzan desde casa, desde la infancia. A veces pensamos que amar a nuestros hijos es decirles que sí a todo, complacerlos, evitarles la frustración. Pero el verdadero amor pone límites. Los prepara para la vida. Les enseña a esperar, a manejar emociones, a respetar lo ajeno, a convivir con otros.
Un niño que entiende que no todo se puede, ni todo se da de inmediato, desarrolla habilidades que durarán toda la vida: tolerancia, autocontrol, criterio. Y, más importante aún, empieza a comprender que cada decisión trae una consecuencia, ya sea buena o mala.
Como madre, sigo aprendiendo con cada corrección, con cada limite que pongo. Los frenos no solo forman a nuestros hijos; también nos enseñan a nosotros. Nos hace testigos de cómo se van forjando, día a día, frente a nuestros ojos. Y cuando crecen, esos frenos son los que los ayudan a decir que no, a tomar decisiones correctas incluso cuando papá y mamá ya no están cerca.
La adultez no elimina la necesidad de frenos; al contrario, la profundiza. Requiere más autocontrol más disciplina, más sabiduría. Frenar no es solo evitar errores: es decir "no" a lo que nos aleja de nuestros valores, de nuestras metas, de nuestra fe y de nuestra paz.
Vivimos en un mundo que aplaude el “haz lo que quieras”, pero pocas veces nos recuerda que no todo lo que queremos nos conviene. Frenarse ante una relación tóxica, ante una compra impulsiva, ante una palabra hiriente o una decisión precipitada, también es libertad. Es elegir conscientemente el camino correcto.
En la vida, no existen acciones sin impacto. Todo lo que decidimos, lo que hacemos —o dejamos de hacer—, trae consecuencias. Vivir con esta conciencia no es vivir con miedo, sino con responsabilidad. Poner frenos, ya sea externos en la crianza o internos en la madurez, es una manera de protegernos del descontrol. Porque cuando no frenamos a tiempo, el daño puede ser más costoso de lo que esperábamos.
Como al conducir un vehículo, en esta aventura llamada vida, frenar es parte esencial del viaje. Frenar no es retroceder. Es cuidar el camino. Es detenernos para pensar, para elegir mejor, para no dañarnos ni dañar a otros. Y, paradójicamente, es el freno lo que nos permite vivir en verdadera libertad.
Libertad no es hacer todo lo que se nos ocurra, sino tener la capacidad de decidir bien. Y para eso, necesitamos frenos. En la infancia, para aprender. En la adolescencia para discernir, en la adultez, para decidir. Y en la vida, para avanzar con dirección.
Hoy te invito a usar el freno que Dios ha puesto en tu vida. Cuando sientas que el impulso de acelerar te domina, cuando el deseo de avanzar rápido te atraiga, pero en tu interior sabes que ese camino sin pausa no traerá bendición… respira. Pisa suave —o fuerte si es necesario— el freno. Y verás cómo, más adelante, lo podrás contar con gratitud y sabiduría.
Porque mientras esperamos nuestro destino final: el Cielo, frenemos… y seamos libres a la vez.
«Todo me está permitido”, pero no todo es para mi bien. “Todo me está permitido”, pero no dejaré que nada me domine » (1 Corintios 6:12 – NVI)
¡Feliz y bendecida semana!
Con cariño,
Nataly Paniagua