A pesar de estar en la cima, se sentía un fraude. Había alcanzado el puesto más alto, sostenía el trofeo más grande entre sus manos, y a su alrededor todos aplaudían con entusiasmo. Todos celebraban su éxito… menos ella. Dentro de si algo no encajaba. Seguía convencida de que todo aquello no era más que una casualidad, un golpe de suerte, una buena racha, que tarde o temprano terminaría. 

No lograba apropiarse de sus méritos. Y mientras las sonrisas y los halagos se multiplicaban a su alrededor, una pregunta le retumbaba en silencio: “¿De verdad lo logré? ¿Fui yo quien hizo todo esto?”

Había invertido todo: esfuerzo, horas sin dormir, caídas dolorosas y levantamientos valientes. Toda su historia estaba ahí, escrita con tinta y sacrificio. Pero su mente, una vez más, le jugaba una mala pasada. Y aunque todos la veían como la protagonista indiscutible de aquel momento... ella solo podía sentirse como una impostora.

Según la Real Academia Española (RAE), un impostor se define como: Persona que engaña o miente, especialmente fingiendo ser quien no es”. Pero aquí está la paradoja: Ella no había engañado a nadie. Sus logros eran reales. Su esfuerzo, genuino. Y sin embargo, se sentía como si estuviera usurpando un lugar que no le pertenecía. Eso no es ser impostora. Eso es vivir con el síndrome del impostor.

¿Te ha pasado a ti también? ¿Alguna vez has sentido que no mereces tus logros? ¿Que, estás donde estás por pura suerte o porque otros aún no se han dado cuenta de que "no eres tan capaz"? Si esas frases suenan familiares, quizás estés lidiando con algo más común de lo que imaginas: el síndrome del impostor.

¿Qué es el síndrome del impostor? El término fue acuñado en 1978 por las psicólogas Pauline Clance y Suzanne Imes, quienes mediante estudio observaron que muchas personas exitosas —en especial mujeres profesionales— se sentían como un “fraude”, incapaces de aceptar sus propios méritos. Desde entonces, se ha comprobado que este fenómeno no distingue género, edad ni profesión. Su esencia sigue siendo la misma: una desconexión entre los logros reales y la percepción interna de no merecerlos. 

El síndrome del impostor puede colarse en la vida de un estudiante, un emprendedor, una madre, un artista o incluso un director ejecutivo (CEO). Suele aparecer en momentos de crecimiento, riesgo o cambio: justo cuando deberías confiar en ti. 

Los síntomas son comunes: autoexigencia extrema, miedo a fracasar, necesidad de ser perfecto y una tendencia a minimizar el éxito, atribuyéndolo a factores externos como la suerte o la ayuda de otros.

¿Por qué debemos renunciar al síndrome del impostor? Porque no es humildad, es autoengaño. Porque no es precaución, es autosabotaje. Y porque no es verdad. Renunciar al síndrome del impostor no significa inflar el ego o ignorar nuestras áreas de mejora. Significa “reconocer el valor de lo que hemos construido, el esfuerzo que hemos invertido y la autenticidad de nuestro proceso”. Es dejar de pedir permiso para ocupar el lugar que ya nos pertenece.

¿Como comenzar a dejarlo atrás? Aquí algunos pasos prácticos que puedes comenzar hoy:

1.      Reconoce tus logros con objetividad: haz una lista de lo que has conseguido, grande o pequeño. No lo minimices. Si tú no lo celebras, ¿quién lo hará?

2.      Habla sobre ello: muchas personas que admiras también han sentido lo mismo. Compartir tu experiencia humaniza el proceso y te libera del aislamiento.

3.      Cambia tu diálogo interno: en lugar de “no estoy preparado”, intenta “estoy en proceso de aprender y crecer”. Hay poder en la palabra y el lenguaje moldea la percepción.

4.      Rodéate de apoyo real: busca entornos que reconozcan tu valor y te animen a avanzar, no que alimenten la duda o la comparación constante.

5.      Permítete ser principiante otra vez: crecer implica aprender, y aprender implica no saberlo todo. Eso no te hace impostor, te hace humano.

Y recuerda que cada paso que has dado hasta hoy tiene un valor. Incluso aquellos que no salieron como esperabas. No necesitas demostrar nada para merecer estar donde estás. Lo que has vivido, lo que has construido y lo que estás por descubrir es parte de una historia valiosa, única e irrepetible: la tuya.

Hoy puedes elegir algo diferente: “renunciar al síndrome del impostor y empezar a caminar con la frente en alto, reconociendo quién eres y todo lo que eres capaz de lograr”. Porque crecer no es casualidad. Es una elección. Una que estas haciendo, día tras día, con esfuerzo y coraje.

Mientras avanzamos hacia nuestro destino final: el Cielo, vale la pena caminar esta aventura de la vida con dignidad, con gratitud… y con conciencia de que ya eres suficiente.

«Así que podemos decir con confianza: El Señor es quien me ayuda; no temeré. ¿Qué me puede hacer el hombre?» (Hebreos 13:6 – NVI)

 

¡Feliz y bendecida semana!

 

Con cariño,

 

Nataly Paniagua