Su pequeña manita rozó mi mejilla con la delicadeza de quien aún no conoce la prisa del mundo. Luego, un beso suave, tierno, que me robó el aliento y me llenó el alma. —Te amo, mamita… hasta el infinito y más allá —susurró con esa vocecita que todavía vive entre juegos y sueños. 

Era mi pequeño príncipe Josué. Con su carita iluminada por la inocencia, me regaló en una sola frase el amor más puro que he sentido. Un amor que no exige, que no duda, que no pide nada a cambio. En ese instante, mientras lo abrazaba fuerte contra mi pecho, vino a mi mente esa frase tan conocida: “Hay cosas que el dinero no puede comprar…” Y sí, hay momentos como este que no tienen precio, pero lo valen todo. 

Hoy, en este nuevo amanecer de agosto, esa escena inunda mi corazón como un suave recordatorio de que, si desperté esta mañana, es porque la gracia y el favor de Dios siguen sobre mí. A solo cinco meses de terminar el año, me doy cuenta de que cada día es una nueva oportunidad. Si respiro, si escucho la risa de mis hijos, si aún tengo la capacidad de soñar, de crear, producir y creer, es porque Dios no ha terminado conmigo.

Este año no ha sido perfecto. Ha tenido cansancio, luchas silenciosas, momentos de quebranto. Pero también milagros, puertas que se abrieron justo a tiempo, abrazos que sanaron más que mil palabras. Y este mes llega como un suave reinicio, como un susurro divino que dice:
Sigue… aún hay más por vivir. 

Nos acostumbramos tanto a correr, a resolver, a sobrevivir, que a veces olvidamos reconocer los milagros del día a día: un abrazo inesperado, un “te amo” sincero, una mañana más. Y eso, por sí solo, ya es motivo para agradecer.

Este blog nace de esa certeza. De una fe que ha sido probada, pero no quebrada. De un amor que impulsa: el de Dios, el de mi familia, y también el mío propio, ese que sigo cultivando cada día. Escribo sin máscaras ni perfección, pero con verdad. Porque sé que no estoy sola: allá afuera hay muchos como yo. Que tropiezan, que se levantan. Que creen, aun cuando no ven. Que ríen, pero también lloran en silencio.

Y si estás leyendo esto, no es por casualidad. Es porque, aunque el calendario diga que el año “ya casi se va”, todavía hay historia por escribir. No importa cómo empezaste este 2025. Lo que importa es que estás aquí. Que hay aliento en tus pulmones. Y eso, ya es un milagro.

Agosto no borra lo que pasó, pero te ofrece la oportunidad de mirar hacia adelante con nuevos ojos. Quizás no sepas aún qué camino tomar, pero recuerda que no caminas solo. Dios va contigo.

Y así quiero cerrar este primer encuentro contigo, desde lo simple, desde lo humano, pero también desde lo eterno. Porque cada mes trae consigo la oportunidad de volver a intentarlo, y agosto no es la excepción. Por eso, hoy lo abrazo como un recordatorio divino, y te invito a hacer lo mismo:

Agradece – incluso por lo que no entiendes. La gratitud transforma el alma y abre espacio para lo nuevo.

Guarda la fe – aunque no veas el camino claro, confía en que Dios sigue escribiendo tu historia.

Ora – no hace falta que tengas las palabras correctas. Solo necesitas abrir tu corazón.

Sigue – aunque te sientas débil. Tu constancia puede ser el puente hacia lo que tanto anhelas.

Transforma – lo que esté en tus manos. A veces, el cambio empieza en una simple decisión.

Observa – los pequeños milagros. Están ahí, cada día, esperando ser reconocidos.

 

Agosto no es solo un mes más. Es una nueva página. Son 31 nuevas oportunidades para agradecer, amar, ser amado, servir y vivir, mientras esperamos nuestro destino final: El Cielo.

 

«Este es el día que hizo el Señor. ¡Regocijémonos y alegrémonos en él!»

(Salmo 118:24 NTV)

 

 

¡Feliz y bendecida semana!

 

Con cariño,

 

Nataly Paniagua