En la superficie inmaculada del escritorio de mármol, cuidadosamente elegido para reflejar elegancia y éxito, reposaba un pañuelo bordado a mano. Los hilos, algo deshilachados y teñidos por el tiempo, guardaban colores que contaban historias. Para muchos ejecutivos que visitaban aquel despacho moderno y sofisticado, ese humilde trozo de tela parecía un desliz decorativo, una pieza fuera de lugar. 

Pero para ella, sentada en su silla ejecutiva, ese pañuelo era su mayor tesoro. Un recuerdo palpable de sus inicios, cuando aprendía a diseñar con paciencia y pasión. Cada vez que lo tocaba, sentía una conexión profunda con sus raíces. Y en silencio, agradecía. Porque recordar de dónde hemos venido es lo que nos asegura mantenernos donde hemos llegado.

En la vida, avanzar es un regalo. Pero recordar de dónde venimos es una bendición. Cuando alcanzamos metas o superamos grandes obstáculos, es fácil dejarnos llevar por brillo del presente y olvidar el camino recorrido. Sin embargo, mirar hacia atrás con humildad no es retroceder: es reforzar nuestras raíces para no perder el rumbo.

Todos hemos pasado por momentos difíciles. Quizás enfrentamos escasez, noches de incertidumbre financiera, pérdidas que nos quebrantaron por dentro, o fracasos que hicieron temblar nuestra identidad. Hubo días en que tocamos fondo, atrapados en el suelo emocional, sin fuerzas ni esperanza.

Pero también hubo decisiones valientes. Hubo pasos —aunque fueran pequeños—, lágrimas que se volvieron oración, y gestos de fe que nos impulsaron a salir de ese lugar oscuro. Y fue en ese trayecto, desde el dolor hacia la luz, donde descubrimos algo invaluable: no estuvimos solos. 

Dios estuvo ahí. En el silencio y en la espera. En el abrazo inesperado, en la palabra justa, en la puerta que se abrió cuando todas parecían cerradas. Fue la fuerza invisible que nos sostuvo cuando el aliento faltaba, el consuelo en medio del duelo, y la fe que nos mantuvo firmes cuando todo parecía perdido.

Superarse no es solo alcanzar logros visibles o escalar profesionalmente. Es también sanar por dentro. Es reconstruir la confianza, volver a creer que somos capaces de amar, de soñar y empezar de nuevo. Cada herida cerrada fue una oportunidad para crecer. Cada pérdida, una lección para valorar lo que importa. Cada lucha nos hizo más conscientes del privilegio de estar vivos.

Por eso, si hoy que estás aquí —quizás no donde deseas estar aún, pero sí lejos de donde comenzaste—, haz una pausa y agradece. No olvides los días en que anhelabas lo que hoy tienes. Agradece las bendiciones visibles y las invisibles: la salud, las oportunidades, las personas que llegaron como ángeles a tu vida, y, sobre todo, la capacidad de seguir avanzando.

Recordar de dónde venimos no significa quedarnos atrapados en el pasado, sino honrarlo. Fue en ese camino difícil donde se forjó tu carácter. Fue en esas batallas donde Dios mostró su fidelidad. 

Y si hoy estás escalando una montaña, sigue. No temas al cansancio ni a los tropiezos. Mira hacia atrás y reconoce cuánto has subido. Pero también mira hacia arriba, porque aún hay más por alcanzar. 

Cada vez que la vida te sonría, recuerda de dónde saliste. Cada vez que mires tus logros, recuerda tus luchas. Cada vez que celebres una victoria, no olvides agradecer. 

La gratitud nos mantiene humildes, despiertos y conscientes de que nada es solo mérito propio. Todo lo que tenemos es prestado. Todo lo que somos se forja con esfuerzo... y con ayuda divina.

Hoy, tu historia puede ser un faro para alguien que aun camina en la oscuridad. No escondas tu pasado como si fuera vergüenza, porque en él está la prueba de tu transformación. Y nunca lo olvides: si Dios estuvo contigo en el valle, también estará contigo en la cima…  y un día, en Su tiempo, nos llevará a nuestro destino más alto: el Cielo.

 

«Recuerda todo el camino que el Señor tu Dios te hizo recorrer durante estos cuarenta años en el desierto. Lo hizo para que aprendieras humildad y para ponerte a prueba, y así saber lo que había en tu corazón: si obedecerías o no sus mandamientos.»

(Deuteronomio 8:2 PDT)

 

¡Feliz y bendecida semana!

 

Con cariño,

 

Nataly Paniagua