“Mi querida tipa, ¿qué quieres comer hoy? ” Esa frase sigue resonando en mi mente como un susurro lleno de ternura y cuidado. Cada vez que el recuerdo, me transporta a aquellos días difíciles, cuando la enfermedad visitó mi cuerpo y la incertidumbre me envolvía como una niebla densa. En medio de ese valle oscuro, apareció ella: mi amada amiga y hermana,Charo.
Charo no lo pensó dos veces. No midió riesgos. No le importó el posible juicio de otros por quedarse a mi lado. Se convirtió en una leona: fuerte, valiente, protectora. Me cubrió como lo haría una madre con su hijo más frágil, con un amor feroz y tierno a la vez.
Fue mi chef, mi enfermera, mi compañera de películas, mi refugio. Cada plato que me preparaba era más que alimento; era un gesto de amor y de vida. Con cada comida me devolvía un poco de fuerza, una chispa de alegría y de fe. Fue mi oasis en medio de la sequía, un hermoso ángel.
No hay día suficiente, ni palabras exactas, para honrar todo lo que ella hizo por mí. Su entrega, su cuidado, su amor genuino y desinteresado dejaron una huella imborrable en mi alma. Por eso, desde aquel entonces —hace ya más de dos décadas— y hasta hoy, la honro. Porque honrar a quienes nos levantan y sostienen en los días más oscuros no es solo justo, es uno de los actos más puros que puede hacer el corazón.
En el agitado andar de la vida, entre desafíos, aprendizajes y logros, siempre hay personas que se convierten en faros en medio de la tormenta. Ellos no llevan capas ni exigen aplausos. Son quienes han sido refugio en momentos de caos, oasis en medio del desierto, guía cuando el camino parecía difuso, amigos cuando la soledad gritaba fuerte, padres cuando la orfandad abrumada y hermanos cuando el alma necesitaba sostén. A estas personas, la vida misma nos impulsa a honrar.
La honra va más allá de un “gracias” superficial; es una expresión profunda de gratitud que bendice tanto al que la da como al que la recibe. Honrar no es una costumbre anticuada ni una formalidad vacía.Es, en esencia, un acto espiritual, una semilla de reconocimiento sembrada en tierra fértil.Y cada vez que honramos a alguien con nuestras palabras, recursos, tiempo o atención, estamos participando de una dinámica divina: el dar que enriquece, el agradecer que sana, el recordar que edifica.
Honra es valorar. Es reconocer el peso que alguien ha tenido en nuestra historia personal y demostrarlo con actos concretos. La nace honra de la gratitud, pero va más allá del sentimiento: se transforma en acción.
La honra no depende de la perfección de la persona a quien se dirige. No honramos a quienes han sido impecables; Honramos a quienes, con sus luces y sombras, nos marcaron en alguna etapa de nuestra vida. Algo hermoso ocurre en nuestra alma cuando honramos: se libera una gratitud profunda que nos sana de la ingratitud, del orgullo y del olvido.
¿Cómo podemos honrar en la práctica ?
Con nuestras palabras . Las palabras son semillas de vida que nunca se marchitan. Con nuestro tiempo . De lo más valioso que podemos ofrecer es nuestra presencia. El tiempo invertido en honrar habla más fuerte que cualquier material de regalo. Con nuestros recursos . También es dar, no como un pago, sino como una ofrenda de gratitud. Un detalle, un regalo pensado, una ayuda oportuna en una necesidad. Con nuestras acciones . A veces, honramos vivir bien. Nuestra vida puede ser el eco de lo que otros sembraron en nosotros.
La honra no se exige, se da . Y cuando se da, no solo enaltece al que la recibe, sino que bendice profundamente al que la otorga. El alma se expande cuando honra. Se limpia de ego, se viste de humildad y se llena de gratitud .Y lo más hermoso de todo es que, al honrar a otros, nos conectamos con lo eterno: con ese Dios que también nos honra con su amor inmerecido cada día.
Te invitamos a hacer una pausa y preguntarte: ¿a quién debe honrar hoy? Piensa en quienes fueron tus puentes cuando no sabías cruzar, tus columnas cuando estabas débil, tus hombros cuando necesitabas llorar, tus consejeros cuando no tenías dirección. Puede que ya no estén cerca —como Charo, que hoy vive en otro continente— pero aún puedes escribirles, grabar un mensaje, hacer una llamada, enviar un detalle, recordarlos con cariño o simplemente hablar bien de ellos con otros.
Haz de la honra una práctica habitual. Que tus palabras, tu tiempo, tus recursos y tus gestos dicen con fuerza: “Gracias por ser parte de mi historia”. Porque honrar es un regalo que bendice el alma, mientras caminamos hacia nuestro destino final: el Cielo.
«Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; Al que honra, honra.»
(Romanos 13:7 RVR1960 )
¡Feliz y bendecida semana!
Con cariño,
Nataly Paniagua